Rayones, un municipio enclavado en la sierra de Nuevo León, atraviesa una crisis de seguridad sin precedentes. Desde septiembre del año pasado, los pobladores han sido testigos de cómo el crimen organizado ha ido tomando el control del territorio, imponiendo miedo, cerrando negocios, y obligando a las familias a vivir bajo un toque de queda no oficial, pero completamente asumido por la comunidad.
La noche del lunes 5 de mayo marcó un punto de quiebre. Mientras el sol caía, el municipio se convirtió en un campo de batalla. Durante más de dos horas, los habitantes escucharon el estruendo de disparos de armas de alto calibre: Barret .50, fusiles AK-47 y AR-15 retumbaban por las calles. Los grupos enfrentados: el Cártel del Noreste y el Cártel Jalisco Nueva Generación.
Sin autoridades presentes, sin protección oficial y sin respuesta inmediata del Estado, los habitantes se encerraron en sus casas y, una vez más, se sintieron completamente abandonados.
Violencia sin respuesta oficial
El saldo del enfrentamiento fue desolador: seis camionetas abandonadas, tres de ellas incendiadas, múltiples vehículos dañados y paredes atravesadas por las balas. Se contabilizaron más de mil casquillos en la zona. La escena parecía sacada de un conflicto armado.
Pero lo más alarmante fue la ausencia total de autoridades durante y después de los hechos. Según testimonios de los vecinos, la Guardia Nacional, Fuerza Civil y la Agencia Estatal de Investigaciones no llegaron sino hasta pasadas doce horas del tiroteo. Para entonces, los cuerpos de los presuntos fallecidos ya habían sido retirados del lugar por los propios criminales. Solo quedaban rastros de sangre y los vehículos abandonados como evidencia del horror.
“Nos tuvimos que resguardar en casa, todos asustados y buscando con qué protegernos”, relató un vecino del Casco. “Ninguna autoridad llegó hasta hoy en la mañana… nos dejaron prácticamente solos”.
Esa noche no fue la primera vez que los habitantes de Rayones experimentaron la ausencia del Estado, pero sí fue una de las más graves. El miedo se convirtió en rutina desde finales del año pasado, cuando comenzaron a circular camionetas con hombres armados por las calles del municipio. Ante la falta de respuesta gubernamental, la comunidad tomó la decisión de autoimponerse un toque de queda: a partir de las 5 de la tarde, ya nadie sale.
Un pueblo en abandono total
Las condiciones en Rayones reflejan un colapso institucional. No hay policías municipales, y el propio alcalde panista, Rolando Montoya, no se encuentra en el municipio. La Presidencia Municipal luce cerrada y abandonada. La gente no sabe a quién acudir.
Además, la inseguridad ha provocado el cierre de negocios clave para la comunidad: el hotel Las Margaritas bajó sus cortinas, al igual que un restaurante y una tienda de abarrotes. Testigos aseguran que integrantes del crimen organizado llegaron a tomar los establecimientos, generando aún más temor entre los habitantes.
“Desde las 4 o 5 de la tarde ya no ves a nadie en la calle”, dijo otro vecino. “Es la hora en que empiezan a circular las camionetas con hombres armados. Ya mejor nos encerramos”.
Pero la violencia no se limita a los enfrentamientos. También se han reportado retenes montados por criminales a la entrada del municipio. Ahí detienen a repartidores y roban mercancía destinada a surtir los negocios del pueblo. Todo esto ocurre sin que alguna autoridad intervenga.
Samuel García y la omisión estatal
Mientras Rayones se hunde en el miedo y el crimen, la administración estatal ha sido duramente criticada por su inacción. El gobernador Samuel García, quien ha hecho de su imagen digital una bandera de gestión, no ha emitido ninguna postura sobre la situación crítica en el municipio.
Las denuncias de abandono no son nuevas, pero lo ocurrido en días recientes evidencia un vacío de poder alarmante. En un contexto donde el narco impone su ley, la ausencia del Estado no solo es una omisión, sino una complicidad tácita.
Vecinos entrevistados coinciden en que la situación ya es insostenible. El miedo ha sustituido a la vida cotidiana. Se ha perdido la paz, la confianza y la esperanza. El “toque de queda” autoimpuesto es una metáfora de lo que realmente ocurre: el gobierno dejó de gobernar, y el crimen tomó el control.
Rayones se ha convertido en un símbolo del abandono institucional en Nuevo León. Ya no se trata de hechos aislados o de un brote temporal de violencia, sino de una presencia constante del crimen organizado que, ante la falta de respuesta estatal, ha instaurado su propio orden.
La pregunta que muchos se hacen es simple: ¿quién gobierna realmente Rayones?
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